Día especial para mi, de reflexiones y recuerdos
Hoy me han regalado un balón.
Para qué quiero a estas alturas de mi vida un pinche balón?. Si solamente con levantarme de la cama, pararme, ir al baño ya estoy sofocado del esfuerzo. No sé si ha sido un mensaje subliminal de que me ponga a hacer ejercicio o simplemente saben que el América ha sido CAMPEÓN (por si nadie recordaba) y que merece consagrarse en un balón de colección.
Justo con el balón en mis sacrosantas manos, empiezo a filosofar baratamente y me doy cuenta de que una gran parte de mi vida ha girado alrededor de un balón, ejemplos: la panza que me cargo lleva esa forma, los pinches topes de metal (boyas) que cada día joden mas mi carro tienen esa forma, en el mundial de México 86, el cual tuve la gracia de ver los partidos desde el salón de mi primaria, porque alguien llevó una tele y todos viendo el partido como pendejos, tuvo como lema “el mundo unido por un balón”. Ahhh.
De niño tuve muchos balones de fútbol, de baloncesto, de volleyball y a todos les di en la madre, lo peor es que la mayoría no alcanzaron el deleite de llegar y morirse en la cancha, en la oscuridad perversa de mi recámara pasaron a mejor vida.
En la secundaria le sorrajé un balonazo a una mensa, cuando en uno de mis variados ímpetus pubertos de incipiente futbolista profesional, mandé un zambombazo como diría El Perro Bermúdez (carnicero del idioma, en palabras de otro infumable narrador de TV José Ramón Fernández) con toda mi fuerza y tuvo la mala fortuna de que el portero no lo atajara, iba re juerte fue su excusa y se fuera a estampar en la jeta pendeja, teta y estúpida de “A”. Recuerdo que solo grité… Aguas¡¡¡¡ y como escena de película de Chespirito, todos se abren y la única que se queda en su lugar viendo con tremendos ojotes de toro loco como el balón se acercaba a su cabeza fue “A”. Ni modo. Desde ese día dejó de invitarme a las posadas que celebraban año con año en su casa. Al fin que estaban re gachas.
En la prepa, jugando un partidito de basket, le rompí la clavícula a Martín, saltamos por un rebote al tablero y en el aire le tiré un codazo, cayó como bulto y se quejaba de su hombro, yo me escurrí y me hice pendejo. Regresó a los 3 días con la clavícula enyesada. Hasta eso siempre se reía conmigo, era buen pedo. Nunca me reclamó. Cuando tenía 18 años… (uuuuh) entrenaba en la universidad fútbol, en eso, de donde vino? no lo sé, pero llegó a mi equipo “S”. Era portero profesional de fútbol y llegó a estudiar con nosotros. Me hice su amigo, puesto que en ese entonces yo jugaba de defensa, y él fue el que me invitó a entrenar con su equipo de Primera División, era el tercer portero. El León.
Me puse a las órdenes de Saporitti, ahora que recuerdo debí haberme visto muy ridículo con mis calcetas nuevas hasta la rodilla, mis vendajes perfectamente bien hechos, mis piernas sobadas por Don Tiberio, le dije: Profe ya llegué, de qué la juego?, pero el profe me tenía reservada mi función. Defensa? Lateral? Contención? Delantero?????? pensé. No. Ir a recoger los balones atrás de la portería donde tiraba Milton Queiroz da Paixao “Tita” ese fue mi primer día. Estuve 1 año jugando en el León. Nunca debuté en Primera.
Cuando dejé el balón de juguete, me comenzó a crecer otro, pero en la panza. Aún lo conservo. Es mi juguete preferido a estas alturas de mi vida. De adulto no te queda otra mas que ver los balones en los aparadores de las tiendas y comprar el más moderno, aunque jamás tenga el placer de jugar en una cancha. Ni modo.
Ahora los balones que más me gustan son los que tiene Sabrina en el pecho, esos si son de Primera División y no chingaderas.